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Jaci, Espíritu de la Luna

  • Rubén Darío Romero López
  • 4 oct 2016
  • 3 Min. de lectura

La mirada penetrante de Jaci escudriña todo el Oldín. Ella recorre los cielos cubriendo los campos, los mares y las montañas con un manto azul de tenue luz espiritual. Nada se esconde de su mirada. Jatáy la observa desde los abismos de la tierra absorta por su belleza y gracia. Pero hierve en lo profundo por la envidia de su rival.

Pero Jaci no se inmuta. Ella vuela por encima de los cielos. Cambiando de forma, muriendo y renaciendo en ciclos fijos cada mes. A veces brilla con toda su gloria. Grande y luminosa se hace admirar por los espíritus inferiores que la ven desde la tierra abajo. Otras noches no aparece, pues se dice que ella deja menguar su luz para esconderse de Daabi cuando él se acerca demasiado. Pero renace de nuevo, primero como una delgada sonrisa que cada noche va creciendo hasta dominar de nuevo el cielo nocturno.

Jatáy no puede evitar ser arrastrada por la mirada de Jaci y se levanta con furiosas olas queriendo alcanzar los cielos para ahogarla.

Hakán y Hassún (fuego y roca) son dos hermanos del mundo primitivo que vivieron en la era del fuego. Elementos poderosos que despertaron desde la antigüedad y aprendieron a deleitarse en la ruina y la devastación de las llamas y los terremotos, en un tiempo ahora olvidado. Ahora dormían en lo profundo de los abismos, prensados bajo las pesadas aguas del sur. Pero el calor del odio de Jatáy que llegó hasta lo más profundo del abismo, los despertó de nuevo.

Y se levantaron como una enorme montaña que elevó su cima en medio de las muchas aguas y estalló con furia y fuego que oscureció el cielo con ceniza. Lodemar y Quebas acudieron a la batalla para tratar de contener la ruina. Pero Hakán y Hassún hervían las aguas, convirtiéndolas en ácido que envenenaba las plantas al evaporarse y llover sobre las tierras del norte.

Daabi no pudo asistirlos en la batalla pues su luz no penetraba la oscuridad del cielo ennegrecido. Y las muchas aguas de Jatáy, Lodemar y Quebas se contaminaron con azufre al guerrear contra la imparable mole que se erguía en el sur.

Cuando Jaci vio que su amado Oldín sería destruido por la ira de Hakán y Hassún y toda la hierba verde y paraje hermoso desaparecería para siempre, ella olvidó su pleito con Jatáy y se alió con su rival para detener la ruina que se acercaba para acabar con todos. Por lo tanto Jaci creció poderosa, cambiando su forma una vez más y se acercó a la tierra causando un fuerte terremoto y levantando las mareas más alto que las montañas. Se posó sobre sus enemigos en la cima de la montaña ardiente y atrajo las aguas de Jatáy, Lodemar y Quebas, hasta que ahogaron a los demonios de fuego y roca, apaciguando su furia y sepultando su memoria en el abismo.

Cuando la batalla hubo pasado, el mundo era distinto y los límites del mar habían cambiado su forma, después de que las aguas volvieron a lo profundo y dejaron descubierta la tierra para ser renovada de nuevo por las temporadas y los espíritus de la naturaleza en todo Oldín. Y en el lugar de la batalla permaneció como señal y recordatorio de aquella grande ruina, la isla de Hakán y Hassún que los hijos de Jatáy y Daabi transformaron con el paso de los años y las temporadas en un edén lleno de vida y hermosura.

Los Cinco Arcanos, como fueron conocidos los últimos Arias puros, observaron los sucesos en Oldín sin participar en ellos, más se regocijaron al ver que los espíritus cumplían con las funciones predestinadas por los Artesanos Creadores desde aquel Caal antiguo. Por aquella victoria Los Cinco bendijeron a Jaci, aumentando su hermosura y su poder. Agradecidos por el valor de ella y la humildad de su corazón al desechar su rivalidad con Jatáy, uniéndose con ella por el bien del mundo.

 
 
 

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