Rimi, El Espíritu Vagabundo (La Leyenda de Oldín)
- Rubén Darío Romero López
- 12 sept 2016
- 5 Min. de lectura

Esta historia nos introduce con el autor ficticio de gran parte de la leyenda de Oldín escrita en los rollos sagrados que esconde el Árbol Padre entre sus raíces. Rimi sería quien iniciaría los recuento de la historia y después varias encarnaciones de Aria, así como otros espíritus, aportarían narraciones a través de los miles de años de historia. Los cuales el misterioso espíritu sabio Maka Mani, como los hombres de las primeras tribus llamaron a Rimi, guarda y protege en su santuario lejano, tras las Arenas Rojas al este.
Para dar a conocer su sabiduría a los hombres de corazón noble y sensible, que busquen y atesoren el conocimiento. Les presento al Espíritu Vagabundo.
Rimi, El Espíritu Vagabundo.
PUBLICADO EN 12 DE SEPTIEMBRE DE 2016 | POR RUBÉN DARÍO ROMERO LÓPEZ
Círculos brillantes de profundo gris y verde. Expuestos, inmóviles y penetrantes. Los ojos de Rimi no parpadeaban jamás mientras observaban el páramo que una vez fue estéril, pero ahora estaba pulsante y lleno de vida. La vida había explotado en un solo día en Oldín y lo llenó todo de colores y movimiento. Millares de criaturas, grandes y pequeñas nacieron en un solo día por el gran poder y la voluntad de Los Cinco. Se volcaron sobre Oldín y lo llenaron todo. Y por un tiempo así fue la vida en el páramo. Un hermoso jardín salvaje que esperaba la manifestación y el gobierno de aquellos que coronaban la obra de los Arias, los hombres que heredaron el mundo para cumplir el deseo de Los Cinco.
Rimi miraba al mundo con asombro por la complejidad y el detalle de su obra. Aún los insectos más pequeños diseñados con articulaciones y órganos diminutos y complejos. Las plantas y los grandes árboles se alimentaban silenciosamente a través de invisibles filamentos debajo de la tierra capaces de convertir el suelo en su alimento. Todo era bello y permanecía en perfecto balance continuo mientras transcurría el tiempo. Aún el mismo tiempo que desgastaba y daba muerte a unas cosas, a la vez permitía que la vida naciese de nuevo en otra forma, conservando el balance y la armonía. Rimi miraba atento y maravillado.

Las aves lo cautivaban. Se maravillaba al ver que sus huesos porosos y ligeros les permitían sostenerse suspendidos en vuelo, como desafiando la gravedad. Las gacelas que corrían veloces sobre la pradera, el fuerte búfalo negro que reinaba en las llanuras y el lince que asecha sigiloso su presa. Todo era nuevo y perfecto. Un testimonio vivo de la precisión del diseño de los Antiguos Artesanos. Y Rimi buscaba su lugar en el diseño y balance de lo creado pero no lo veía.
Pues todos los espíritus que aparecieron como resultado de la fragmentación inicial de los Arias eran de naturalezas distintas cada uno, y varias jerarquías de espíritus surgieron para mantener el complejo balance que necesitaría la obra de los Artesanos Creadores. Los primeros espíritus, fueron los Grandes Señores, vigilantes de los parajes poderosos como los acantilados, las montañas y los abismos. Estos poderosos espíritus prepararon la al mundo para la llegada de las luminarias del cielo, las lumbreras mayores, los vientos, la vegetación y las grandes aguas que llenarían las partes bajas de Oldín y todos sus ríos. Junto con ellos aparecieron los Señores Menores que caminaron orgullosos por la tierra como espíritus visibles en formas de bestias y criaturas diversas. Porque los grandes señores no se dejaban ver por ninguno sino que cuidaban de sus santuarios desde el mundo espiritual y rara vez traspasaban al plano material, sino que hacían conocer su voluntad a través de las Voces como también eran conocidos los Señores Menores, quienes cumplían la voluntad de aquellos.

Después de éstos aparecieron los Vigilantes, que eran espíritus de increíble poder que recorrieron la tierra por toda su extensión y se establecieron en lugares de su agrado para ser protectores de amplios territorios tan diversos como ellos mismos. Éstos son los protectores que desde el tiempo de la llegada de los primeros hombres fueron venerados por los pueblos que se establecieron en sus tierras.
Muchos otros espíritus y seres aún inferiores a estos vinieron a existir en la separación de los Arias, pues así como son infinitos el poder y el deseo de ellos, también es sin medida la variedad de seres que aparecieron por obra de aquella fragmentación y llenaron el mundo de entonces de susurros y luces que vagaban y resonaban entre los abismos, las aguas y los bosques en toda la extensión del mundo primitivo, en espera de los hombres a quienes los Cinco dieron el ser moldeándolos desde las raíces del Árbol Padre.

Pero Rimi era un espíritu vagabundo, que no encontró a otros de su especie por ningún lugar de Oldín. Recorrió el antiguo mundo varias veces en busca de otros como él, pero su búsqueda fue infructuosa. Así que solo vagó continuamente por Oldín sin detenerse mucho tiempo en ningún sitio. De él se cuentan historias que se han pasado de generación en generación desde el tiempo de las primeras tribus. Historias de un viajero oscuro que recorre los caminos, a veces en la forma de un hombre y otras veces en la forma de un niño, pero siempre caminando con ojos abiertos, sin parpadear y envuelto en una capa negra que lo hace ver como una sombra con ojos. Camina con un rollo en su mano sobre el que escribe con letras rojas todo cuanto ve.
Los antiguos le llamaron Maka Mani, que significa “Caminante” y aprendieron a venerarle para pedir de él conocimiento de cualquier cosa en el mundo que ellos necesiten saber. Se convirtió en un sabio de sabios y el guardián de los rollos sagrados de las historias de Oldín.
Casi al final de la primer era del antiguo Oldín, cuando el mundo alcanzó un balance primario, aún antes de la llegada de las primeras familias, Rimi levantó un santuario escondido más allá de las Arenas Rojas, en donde después de recorrer la tierra podía descansar y meditar. Su poder misterioso le permitía existir en varios sitios a la vez y en ocasiones se reunía a platicar consigo mismo, ya que no existían mas espíritus de su especie. Y como se le fue haciendo necesario al paso del tiempo, el Espíritu vagabundo multiplicó su presencia en toda la tierra donde sus apariciones fueron conocidas como Los Niños de los Caminos o Los Caminantes, según su apariencia.
Los hombres de las primeras tríbus le conocieron y veneraron con un respeto temeroso, buscando su sabiduría a través de los tiempos, la cuál él nunca negó a los hombres dignos de corazón noble.
Por Rubén Darío Romero López
2016 Tecate, Baja California. México
© Derechos Reservados. Rubén Darío Romero López 2016 Tecate, Baja California, México, Correo: ruben_drl@yahoo.com Protegido bajo la Ley Federal del Derecho de Autor De Los Estados Unidos Mexicanos y Tratados Internacionales
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